Que es el autor material directo

Que es el autor material directo

En el ámbito del derecho, especialmente en el contexto penal, el concepto de *autor material directo* juega un rol fundamental para identificar quién es responsable de la comisión de un delito. Este término se utiliza para designar a la persona que, con sus propios actos, ejecuta el delito sin intermediarios. En este artículo exploraremos con detalle qué significa, cómo se diferencia de otros tipos de autores, y su relevancia en la justicia penal.

¿Qué significa ser autor material directo?

El autor material directo es quien, de forma activa y con su propia intervención física, ejecuta una acción que constituye un delito. En otras palabras, es el individuo que pone en movimiento el hecho punible, utilizando su propia voluntad y conducta. Este concepto se diferencia de otros tipos de participación, como el autor material indirecto o el autor intelectual, que pueden estar detrás del delito sin realizar la acción con sus propias manos.

Por ejemplo, si una persona roba un banco disparando a un guardia, esta persona sería el autor material directo. Si en cambio, alguien más le entrega las armas o le da instrucciones, podría ser considerado autor intelectual o cómplice, dependiendo del grado de participación y el marco legal aplicable.

Un dato interesante es que en algunos sistemas jurídicos, el autor material directo puede ser el único que responde penalmente por el delito, aunque en otros casos también se responsabiliza a otros agentes que colaboraron de forma activa o pasiva. La figura del autor material directo es esencial para establecer quién es el responsable principal de la conducta delictiva.

También te puede interesar

La importancia de la participación directa en el sistema penal

En el derecho penal, la distinción entre tipos de autores es clave para determinar la responsabilidad penal. El autor material directo es fundamental porque su acción es la que concreta el delito, es decir, es quien pone en ejecución el acto prohibido. Esto no significa que otros agentes que participan no sean responsables, pero su nivel de responsabilidad puede variar según la tipificación legal.

Esta distinción permite a los tribunales asignar penas justas y proporcionales, considerando quién actuó directamente y quién lo hizo a distancia. Por ejemplo, en un asesinato, el autor material directo es quien apunta y dispara, mientras que el autor intelectual puede ser el que planea el crimen y organiza a los demás participantes. Ambos son responsables, pero su participación es distinta en la estructura del delito.

La participación directa también tiene implicaciones en el derecho procesal penal, ya que puede afectar la carga de la prueba, la necesidad de testigos y la posibilidad de impunidad. Por tanto, identificar al autor material directo es un paso esencial en cualquier investigación penal.

Diferencias entre autor material directo e indirecto

Una de las confusiones más comunes es la diferencia entre autor material directo y autor material indirecto. Mientras que el primero actúa con sus propios medios, el autor material indirecto utiliza a otro como instrumento para cometer el delito. Esto ocurre, por ejemplo, cuando una persona droga a otra y esta, en estado de alteración, comete un delito sin conciencia.

En este caso, la persona drogada es considerada un medio para la acción del delincuente, por lo que el autor material indirecto es el responsable penal. Este tipo de participación es más compleja y requiere una evaluación psicológica y médica para determinar si la víctima actuó con voluntad o fue utilizada como un instrumento.

Esta distinción es fundamental para evitar que personas inocentes sean acusadas de delitos que cometieron bajo influencia de terceros. El sistema penal debe garantizar que solo se responsabilice a quienes tienen control sobre sus actos y decisiones.

Ejemplos reales de autores materiales directos

Para comprender mejor el concepto, es útil analizar algunos ejemplos prácticos. Uno de los más claros es el caso de un asalto a un banco, donde un individuo entra con una pistola, amenaza a los empleados y se lleva el dinero. Este individuo es el autor material directo, ya que ejecutó personalmente el delito.

Otro ejemplo podría ser un conductor que, al exceder la velocidad permitida, atropella a un peatón. En este caso, el conductor es el autor material directo del delito de atropello, porque su acción directa causó el daño. Si alguien le hubiera empujado al volante para provocar el accidente, entonces podría haber un autor material indirecto.

En el ámbito de los delitos de violencia familiar, el autor material directo podría ser el familiar que golpea o agredió físicamente a otro. Si otro familiar lo instigó o le dio las armas, podría ser considerado cómplice o autor intelectual, según el marco legal aplicable.

El concepto de participación directa en el derecho penal

La participación directa no solo se limita a actos físicos evidentes, sino que también puede incluir conductas que, aunque no sean físicas, son esenciales para la ejecución del delito. Por ejemplo, alguien que proporciona información estratégica para cometer un asalto podría ser considerado autor material directo si su colaboración es esencial para la ejecución del plan.

En este sentido, la participación directa puede ser activa o pasiva. La activa implica un acto positivo que contribuye al delito, mientras que la pasiva puede consistir en la omisión de una conducta que legalmente se espera, como no denunciar un delito cuando se tiene la obligación de hacerlo.

Es importante mencionar que, en algunos sistemas jurídicos, la participación directa no siempre implica el uso de la violencia física. Puede también consistir en la manipulación, el engaño o la utilización de otros medios para lograr el propósito delictivo.

Tipos de autores en el derecho penal

En el derecho penal, existen varios tipos de autores, cada uno con su nivel de responsabilidad. El autor material directo es solo uno de ellos. Otros incluyen:

  • Autor material indirecto: Quien utiliza a otra persona como instrumento para cometer el delito.
  • Autor intelectual: Quien planifica y organiza el delito sin ejecutarlo físicamente.
  • Cómplice: Quien ayuda o facilita la ejecución del delito, pero no es esencial para su comisión.
  • Encubridor: Quien, después de la comisión del delito, oculta al autor o los hechos delictivos.

Cada uno de estos tipos tiene una función específica en la estructura del delito y una responsabilidad penal diferente. Mientras que el autor material directo es el que ejecuta el delito, los demás participantes son responsables de manera secundaria, aunque también deben ser castigados en ciertos casos.

La responsabilidad penal del autor material directo

La responsabilidad del autor material directo es una de las más claras dentro del sistema penal. Dado que es quien ejecuta el delito con sus propios actos, la responsabilidad que asume es directa y plena. Esto significa que, en la mayoría de los casos, la pena que se le impondrá será la máxima prevista por la ley para ese delito.

Por ejemplo, en un asesinato, si el autor material directo apunta y dispara, será responsabilizado por el homicidio, incluso si otros participaron en la planificación. La responsabilidad penal del autor material directo no depende de la participación de otros, ya que su acción es suficiente para cometer el delito.

En algunos sistemas legales, el autor material directo también puede ser responsable de los daños colaterales que su acción genere, incluso si no eran su intención. Esto refuerza la importancia de identificar con precisión quién ejecutó el delito y qué consecuencias tuvo su acción.

¿Para qué sirve identificar al autor material directo?

Identificar al autor material directo es fundamental para varios aspectos del sistema judicial. En primer lugar, permite asignar la responsabilidad penal de manera justa, garantizando que solo se responsabilice a quienes ejecutaron el delito. En segundo lugar, facilita la investigación, ya que los testigos, pruebas y evidencias pueden centrarse en la persona que actuó directamente.

También es esencial para la reparación del daño, ya que el autor material directo puede ser responsable de indemnizar a las víctimas por los daños causados. Además, desde el punto de vista preventivo, castigar al autor material directo puede disuadir a otros de cometer actos similares, ya que se establece un precedente claro de responsabilidad.

En el contexto internacional, la identificación del autor material directo es clave en los juicios de crímenes de guerra o genocidios, donde se persigue a los responsables directos de los actos cometidos.

El rol del autor material directo en otros contextos legales

Aunque el autor material directo es un concepto fundamental en el derecho penal, también puede aplicarse en otros contextos legales. Por ejemplo, en el derecho civil, si una personaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaionaiona

KEYWORD: que es la cofece y sus funciones

FECHA: 2025-08-06 20:38:30

INSTANCE_ID: 10

API_KEY_USED: gsk_zNeQ

MODEL_USED: qwen/qwen3-32b